Una, dos, tres…veinticinco…sesenta y cuatro…cien… Lento goteo inacabable de días marchitos, de vidas agotadas, de la prematura vejez de unos sueños que nunca se podrán alcanzar.
María, Luisa, Patricia, Inés, Lidia, Rosa… Agónica travesía de vidas rotas, muñecas de trapo desmembradas por amor, por desamor, por una crueldad desenfrenada alimentada de frustraciones añejas, mutiladas por la desidia.
Historias de la vida real. Sonidos conocidos que a fuerza de oírlos acaban por pasar desapercibidos ante nosotros y pasamos ante ellos sobornando conciencias, abortando remordimientos que hacen que nos removamos, inquietos, en nuestras acomodadas utopías.
Acallamos sus gritos con mordazas de indiferencia. Bombas de reloj que explotan cada día ante nuestro silencio. Nada puede parar nuestra carrera. Tenemos tanto que hacer, que apenas nos queda tiempo para mirar a nuestro alrededor. Estamos tan llenos de oscuridad que apenas nos vemos la punta de la nariz, por eso hemos de abrir nuestros oídos a los gritos de nuestros semejantes, porque todos somos responsables de que esta dictadura del terror se extienda sigilosa como el miasma de una civilización enferma.
Atrás quedó nuestra infancia en la que los valores que nos inculcaban tenían un halo de dogma intocable. Hoy son otras infancias las que reclaman nuestra atención, un lugar en el complicado entramado de normas cambiantes en el que son las primeras victimas, las otras primeras victimas y enarbolamos la bandera de sus derechos, hecha a medida de las necesidades de una sociedad cómplice.
Ha pasado el tiempo de las palabras; ya no sirve de nada ampararse en campañas que han resultado ineficaces ante la obstinada realidad de los hechos. Estamos ante algo más que datos; algo más que unas cifras estadísticas.
Todo se cuenta y se mide por el grado de rentabilidad que nos ofrece. Pero hay factores que no pueden medirse por ese criterio. No hablamos de números tan sólo; hablamos de vidas, de miedos, de dolor y angustia; de vacío y soledad; de frustración y desesperanza y no podemos permanecer atrapados por la inercia de nuestra indiferencia. No podemos conformarnos. No debemos conformarnos. Si hemos de pasar a la acción éste es el momento. Las palabras cuentan, pero no es suficiente con intercalar una @ en nuestros textos para mostrar a los demás que luchamos por la igualdad de todos los seres humanos.
Dejemos a un lado el individualismo, la codicia y los prejuicios y pasemos a la acción. Algo se puede hacer. Algo debemos hacer porque a todos nos afecta, porque todos somos responsables de esa lluvia incesante de vidas, que se deslizan por los desagües de una sociedad indolente que intenta ocultar sus miserias con perfume barato.
Jacinta, Esther, Andrea, Jessica, Fátima, Ylenia… cien…sesenta y cuatro…veinticinco…tres, dos, una. ¡Que acabe ya!
© I.R.P.